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Sal y Pimienta al gusto – Artículo publicado en la revista TiraLínea

Publicado: 2011-05-10

La “EN” de Editorial Novaro fue durante mucho tiempo el símbolo de un espacio en el que podía escapar al aburrimiento de una infancia enfermiza, en la que tenía prohibido salir a jugar por prescripción médica y cuando todavía no existía el Nintendo, la televisión por cable o la Internet. Por esa razón, los “chistes” que publicaba esa casa editora eran una lectura regular de mis tardes de verano.

Al ser el último de cinco hijos, mis primeros ocho años de vida transcurrieron en lo que podríamos llamar una herencia forzosa de cachivaches a punto de deshacerse. Gracias a ese traspaso de mercancías con valor relativo, adquirí mi primera cama, ropa y juguetes (sin mencionar que era también el conejillo de indias de las torturas que se iban traspasando -y mejorando- de hermano a hermano). Pero como no puede llover todo el tiempo, también fue gracias a este reciclaje de identidades que a mediados de los ochenta conseguí hacerme con un baúl lleno de revistas viejas, los “chistes” de Editorial Novaro. Éstos habían servido de ritual de transición entre el analfabetismo y la vida en comunidad de nuestro hogar, pues las decenas de ejemplares que teníamos habían sido comprados años atrás para que mis hermanos mayores aprendiesen a leer.

De páginas amarillas y hojas sueltas, algunos empastados para resistir el paso de una tropa numerosa y otros decididamente dispuestos a jubilarse, los “chistes” estaban llenos de personajes inocentes, desvergonzados e inacabables, personajes que mi padre consideraba adecuados para una familia católica y obrera. Y si bien años más tarde pude conocer a Asterix, Tintín y Lucky Luke, fue con estas viejas historietas que me inicié en la lectura del cómic. Allí descubrí a La Zorra y El Cuervo, Archie, Daniel el travieso, Donald, Tío Rico, El Conejo de la Suerte y Sal y Pimienta, muchachada de origen diverso pero con bandera similar. Los dos últimos eran de mis preferidos por su constante penitencia en el rincón de los castigos –que era como veía mi propia convalecencia- y por su vehemencia en comprender el mundo y las reglas de los adultos, un espacio que hasta ahora me cuesta un poco entender del todo.

Sugar and Spike, el nombre original de la historieta, fue creada por Sheldon Mayer en 1956, un viejo editor de cómics, famoso por haberle dado la oportunidad a la historia de Superman cuando todos los demás la habían desechado. Originalmente editada por DC, Sugar and Spike duró hasta 1991, quizá más tiempo de lo que podría esperarse para una temática infantil, endulzada y tierna (en ocasiones hasta incluía figuras de los protagonistas para recortar y vestir con modelos de papel). Lo cierto es que no pudo superar la década del grunge, el cinismo de los noventa y las nuevas expresiones del cómic subterráneo que se enfocaba en las relaciones familiares de la sociedad occidental, como el caso de Buddy Bradley y Hate de Peter Bagge.

Sal y Pimienta, como la conocí yo, es una historieta de dinámica bastante sencilla, con dos o tres episodios de entre una y seis páginas por publicación. Se trata de dos niños en edad preescolar que se comunican en un lenguaje propio, el cual es ininteligible para los adultos u otros niños mayores, y que sin embargo pueden comprender los animales y algún otro personaje de fantasía. Este elemento es el punto de partida que articula el devenir de los pequeños, quienes sufren con el esfuerzo por entender un mundo que está diseñado por otros, administrado por otros y regido por otros, que además no hablan el mismo idioma y se niegan a escuchar (¡!). Sal es una pequeña rubia y corajuda, demasiado sabia para su edad, una filósofa con discurso propio, que siempre está al tanto de la manera en que funcionan las cosas. Pimienta es un pelirrojo algo temeroso, pero siempre leal y dispuesto a arriesgarlo todo por su camarada.

Ellos se desenvuelven en un espacio compartido con los adultos pero decididamente de dos mundos diferentes, uno que conocemos como personas grandes y otro que quizá ya hemos olvidado y que veíamos diferente cuando éramos niños, en donde las cosas no servían para lo que fueron diseñadas, sino que debían adaptarse a una necesidad imperante de diversión y distracción. Un mundo en el que absolutamente todo era un juguete y en donde las representaciones establecidas podían y debían ser cuestionadas a través de la imaginación, como el “sombrero” de las primeras páginas de El Principito.

Por esta razón, Sal y Pimienta saben que la sombra que proyecta una linterna es en realidad un gigante que te va a devorar, o que el paraguas es un columpio con pies, o que el papel tapiz es claramente la camisa de la casa. En sus historias se plantea que la niñez temprana es el momento de mayor rebeldía y cuestionamiento hacia el status quo de los adultos, en donde se pueden replantear las normas que rayan con lo absurdo (en especial las que se utilizan a la hora de comer). Sin embargo, esta febril obsesión no siempre encuentra asilo en los límites de la tolerancia de papá y mamá (tal como lo atestiguan constantemente sus rosados y pequeños traseros luego de una buena tunda).

Es quizá por esta rebeldía visceral que Sal y Pimienta terminan casi siempre sentados y adoloridos mirando a la pared; socios en el crimen, socios en la condena, los pequeños nunca entienden el por qué de su mala fortuna, la cual casi siempre presienten pero nunca pueden esquivar. No es extraño por eso verlos escondiéndose, cansados de las locuras y las contradicciones de sus padres que los reprenden por comerse la deliciosa goma pero les obligan a tomar la horrible avena. Y si queremos ser objetivos veremos que no se trata de dos traviesos maliciosos, como lo es el odioso de su amigo Arturito, un engreído algunos años mayor que siempre busca torturarlos y que comete maldades a sabiendas de lo que hace. Sal y Pimienta no cometen maldades, obran siempre a favor de su propio código de conducta, uno que puede verse alterado eventualmente por una vergonzosa golosina, pero vamos, ¿quién no tiene su precio?


Escrito por

Ángel Colunge

Interesado en la fotografía, el cómic, el cine y diversos aspectos de la cultura visual.


Publicado en

A 300 000 Km por segundo

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